lunes, 10 de marzo de 2014

La guerra del Barba

El barba está en guerra contra la clase media, la misma a la cual aumenta los impuestos para mantener su absurda administración, sus centenares de ñoquis, su ineficacia y su desdén por las responsabilidades que como empleado nuestro tiene hacia los contribuyentes, o sea los ciudadanos. Las plazas son una demostración de todo eso. Gallineros baratos para contener la pelota, una mersada colosal de muy mal gusto, una afrenta para la gente que tiene el derecho de disfrutar de una buena plaza. Y para los pibes que van a jugar con todo derecho. Plaza bien cagada por los perros, porque no se hace nada para concientizar a la gente para que se lleve los excrementos, origen de suciedad y enfermedades. Librada para que cualquiera pinte lo que quiera (aunque seguro es mejor arte que lo que hacen los muchachos de la agrupación peronistas descamisados). Ojo, no estoy para nada contra la gente de la villa, víctimas del empobrecimiento económico y cultural necesario para el enriquecimiento de los dirigentes peronistas, siento bronca porque me gustarían que tuvieran la misma oportunidad que el mejor para estudiar y así integrar nuestra Nación, sin odios inculcados.

sábado, 10 de marzo de 2012

DE TRENES Y FANTASMAS

DE TRENES Y FANTASMAS

Está encerrado en una jaula de hierro mientras se va acercando a la Muerte a 24 km por hora. La Muerte lo espera al final del camino, su figura agrandándose minuto a minuto, lo está mirando a los ojos, serena, detrás de unos parachoques inútiles. En la cabina hay un panel, que alguna vez, hace medio siglo, vino bien pintado y lustroso desde el otro lado del mundo. En él hay unas palancas que se niegan a funcionar. Sabe lo que va a pasar: el tren desborda de gente y esa gente y ese tren van hacia un final de desastre. Sabe que va a haber muertos y que él puede ser uno de ellos. Atrás suyo, mil quinientas almas ignoran lo que él sabe, sumidas en sus preocupaciones de todos los días, con el pensamiento puesto en salir del tren y llegar a sus trabajos. Porque no son ricos ni influyentes los que viajan, aunque tengan la maldita costumbre de agolparse en los dos primeros vagones para salir más rápido de esa incomodidad, de sentirse personas otra vez, de llegar a tiempo para ganar un poco más o para tomar un cafecito antes de las tareas diarias, quien sabe, porque son humanos después de todo. El conductor se aferra a los controles, desesperado, porque esos controles no controlan nada, desesperado porque va derecho a la Muerte y la muerte va hacia él a 24 km/hr. Un sudor tibio se le desliza por la frente, un sudor que se hiela porque en su cabeza el desastre se agranda a cada segundo. Ha avisado del peligro a lo largo del viaje. La contestación ha sido siempre que siga. Se lo dice una voz inhumana, la voz de un monstruo de mil cabezas formado por impunes corruptos, políticos, barones, influencistas, mediocres, obsecuentes, negociadores, un monstruo que es una especie de Minotauro que devora al país. Igual, está acostumbrado a que todo en esa línea ande “más o menos”. Tiene apenas un hilito de esperanza de que pueda controlar la llegada. Encerrado en su jaula de hierro, ve agrandarse el final de los rieles, los pistones hidráulicos, alcanza a ver la gente que hormiguea allá para tomar el tren que - esa gente cree - volverá a salir de esa plataforma 2 de la Estación Once. Es demasiado tarde para llamar a control, ahora infla sus pulmones de aire, contiene la respiración, instintivamente se aprieta contra el respaldo. Como el bombardero que sabe lo que no saben las víctimas, él sabe muy bien lo que va a pasar en muy poco tiempo. 100 metros. En su mente aparecen las figuras de sus seres queridos, la angustia le anuda la garganta. 40 metros. Piensa en la gente que está atrás, a quienes escucha a través de la descascarada puerta que los separa de ellos. La gente suele ser cruel con los conductores, por ser la cara visible de la irresponsabilidad y el peligro. 20 metros. Ya es demasiado tarde. Hasta el último momento, la muerte lo estuvo mirando a los ojos, ahora desaparece. Hay un ruido tremendo como de una explosión o un terremoto. Una nube de polvo rojizo envuelve el tren y la plataforma. La inercia tremenda empuja de un manotón a hierros y gente hacia delante, los vagones se incrustan entre sí. Hierros y gente se mezclan. El conductor ve como el frente de chapa del coche se arruga como de papel, siente un golpe seco, se desvanece.
En una estación intermedia, un muchacho ha subido al mismo tren. En su mochila llevaba sin saberlo su propia muerte pero también la cultura desprejuiciada e irresponsable, veterana de muchos años, que ha forzado a los pasajeros a subir y a la falta de control dejar que cada uno se ubique de cualquier manera por más peligrosa que sea. Porque la cuestión es viajar y cada uno se acomoda donde encuentra un espacio donde no lo hay. Aquel monstruo negro de mil cabezas empuja a ese muchacho para que suba, porque la incultura de la gente va en su beneficio. Y eso se repite todos los días, la gente protesta entre sí pero no se queja, se acostumbra al maltrato, no tiene otra opción. Porque aquella maquinaria monstruosa se aceita con el opio de la gente, adormecida con una anestesia que es letal para ella misma. La anestesia de la repetición, de la propaganda, de ver como natural a los que viven de la corrupción o a los que no tienen otra salida que doblar la cabeza.
Flotando entre los pasajeros viaja en el tren un fantasma que está en cada uno de los vagones. Tiene forma de mujer y un nombre querido por todos. Mujer mil veces violada y robada, llena de llagas, sangrante. Es la argamasa invisible de toda esa gente. Algo que los une sin que lo sepan, un sentimiento de pertenencia, de comunión que nadie ha descubierto, pero que vive bien adentro de cada alma. Ese espíritu sostiene la cabeza del conductor, le seca el sudor, arropa con mantas invisibles a los que van a morir. Llora en su impotencia como la madre que es de todos los que viajan sobre esas ruedas que van hacia el desastre. Pero nada puede hacer.
Después, los gritos, la muerte, el caos. Un golpe en la conciencia de un pueblo que durará no se sabe cuánto. En la estación, un fantasma se aleja llorando. Se queda la maquinaria negra de la corrupción. El monstruo que él sí es a prueba de fallas. Ya está preparando su dosis de anestesia. Tiene todo ya muy bien maquinado. Con una sonrisa, empieza a pensar a quién le echará la culpa.
Osvaldo Pagano 3/3/12

domingo, 29 de mayo de 2011

LA PELUQUERÍA

La peluquería: sillón y espejo
y mi abuelo en duplicado,
asimetría en el rostro afeitado,
tiki tiki de la tijera
el zumbar de la navaja resbalando
por el cuero estiradísimo
nieve espumosa del jabón
la maquinita que resopla vapor
fabricando caras hirvientes
el cepillo barriendo los pecados
la talquera escanciando blancas bendiciones
en la solemne misa del corte y pelusa
oficiada por mi abuelo, tijeras y navajas
la gente esperando metidos en las revistas
un día el espejo le contó que había llegado
aquel cliente que esperaba
la sacudida de la toalla lo invitó a subir
al sillón
el espejo los albergó a los dos
hasta que sólo quedó el otro
y de mi abuelo, nada
el espejo sólo mostraba al otro
su mano acariciando la afeitada.
Osvaldo 7/5/11

sábado, 24 de julio de 2010

DESPERTANDO A UNA REALIDAD


(Inspirado en un texto de Marguerite Duras)

No estoy durmiendo y sin embargo de pronto despierto a una realidad que no reconozco. No sé qué hago en ese enorme edificio vacío. Pero hay algo que imperiosamente necesito hacer y es correr. Corro y corro a través de grises pisos desocupados, que me tragan como gargantas enormes, pero yo les escapo, subo escaleras sin fin. Llego por último a la gran terraza, desolada, siento una extraña excitación. Me recibe un cielo plomizo pero amigable, como invitándome a quebrar esa barrera entre esta vida y la otra. Salto una baranda. Llego al borde del edificio, me detengo y miro hacia abajo. Allí, en un pozo profundo, lejos, está el suelo, como invitándome a saltar. Allí, esperándome, está el vacío, enorme, que me inunda, me envuelve. Como un aire caliente que sube y me rodea. Tiene un poder infinito que me aplasta. Un monstruo que parece absorberme. Me inclino. Me siento parte de ese vacío. Como un mareo me domina la sensación de estar dejando de ser un ser vivo y fundirme con ese oquedal siniestro. Manos y pies los siento insensibles. El vértigo es insoportable. La muerte me sonríe, es una sensación dulce, creo que me voy a entregar. De pronto en mi cabeza vuelve a dominarme el pensamiento. Como un golpe, aparece el miedo. Otra vez despierto a una realidad distinta, la de ayer, la de hoy. Alguien atrás de mí me grita y me tiende una mano. Retrocedo. Me aferro a esa mano. Vuelvo a ser un ser vivo como antes. El monstruo retrocede. Más tarde y en un piso inferior, desde la seguridad de una ventana, vuelvo a contemplar aquel vacío y la muerte que flota en él. La ventana tiene barrotes. Ahora el espacio me parece una bestia enjaulada que me mira indiferente. Tengo la sensación de haber vivido años en un instante. Respiro hondo y me amarro a la vida de este lado.

Osvaldo Pagano julio 2010

domingo, 17 de enero de 2010

LA ESCALERA

LA ESCALERA


1. (Por Osvaldo) Inmediatamente sus sentimientos dieron un brusco viraje. Una voz al final de la escalera la detuvo como un disparo. Debajo del vestido rojo hubo un temblor de miedo y el aletear de una ilusión. La incertidumbre congeló su mirada. Venía a despedirse de la casa donde había vivido aquel amor, en un impulso sin sentido que no pudo dominar y que se reprochaba desde el momento en que entró. Quería ver por última vez aquellas paredes, el lecho, la ventana. Respirar ese aire otra vez. Se habían despedido casi sin hablarse. Lo suponía lejos, lejos en cuerpo y en pensamiento. Ella también había comenzado a cultivar un olvido resignado. Tan intensos habían sido los sentimientos, crecidos al amparo de ese tiempo tan vital que todo lo demás, todo lo anterior, estaba sumergido en una neblina espesa y amorfa de no existencia. Y ahora, escuchar esa voz cambiaba todo. Dudó de que fuera real. De que los sentimientos agolpados a punto de estallar la engañaran. Quizá eran sus palabras reverberando en la casa, atrapadas formando promesas en lo íntimo de las paredes. Palabras que la esperaban para cobrar vida otra vez para ella. Sus ojos estaban fijos en esa puerta cerrada, arriba, tras el descanso. Sus manos, aferradas a la balaustrada. Poco a poco se animó a subir los últimos escalones. Y sus dedos se estiraron hacia el picaporte.

2. (Por Celia) Ella gira el picaporte, y la puerta se abre. No hay nadie dentro, sin embargo, la voz de él suena, se oye clara, nítida, habla... Es su voz, inconfundible, y ella busca de dónde puede provenir hasta que encuentra una grabadora. De ahí sale la voz pero ella no puede entender qué dice porque habla en una lengua extraña: podría ser que la grabación sonase del revés o podría ser un idioma que ella no consigue identificar…Entre el asombro y el miedo se da cuenta de que ahora la voz de él también se escucha abajo, por todas partes, como si brotase de las paredes y del piso, como si toda la casa se hubiese transformado en una enorme caja de resonancia. Pero sigue sin poder entender sus palabras...

3. (Por Osvaldo) Las viejas voces se agolpan en su oído, la envuelven, resuenan cada vez más fuerte. Siente el olor de la angustia en el aire, y en el cuerpo la urgencia de salir huyendo. Quiere correr, bajar esa escalera y salir pero está paralizada. Abajo, de pie en medio de la sala, hay alguien. Tiene que ser él, aunque no alcanza a distinguir sus facciones. ¿Cómo puede ser posible? se pregunta. Ella grita aquel nombre, pero la figura se encamina hacia la puerta de calle. Es su silueta, su forma de andar, no hay duda…La casa se estremece. Algo que no es ella la impulsa a bajar de prisa, a cruzar el salón, a salir. Afuera no hay nadie ni nada. Sólo los árboles que parecen acecharla desde las sombras del atardecer. Al girar, ve cómo sin estrépito alguno, la casa se derrumba y desaparece. En su lugar ahora hay un jardín resguardado por una verja pintada de verde. No hay rastros de ningún derrumbe, sólo tranquilidad y paz.

Mira sus manos. Las mismas que se aferraron en la escalera, frescas y hermosas, ahora son manos marchitas, nudosas, ajadas por los años. “- Era aquí, ¿verdad? - pregunta alguien detrás suyo, impulsando la silla de ruedas - La casa no está más…” Ella no contesta y sonríe, mientras piensa “Él dijo que volvería a escuchar su voz algún día, antes de partir, no importa dónde estuviera, y cumplió”

UNA ESQUINA DE BUENOS AIRES

(Basado en el corto “Ataque de Esquinas” por Martín Turnes www.martinturnes.com.ar

Ver el video en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1192003.)

HISTORIA DE UN DÍA EN UNA ESQUINA DE

BUENOS AIRES

(modificado enero 2010)

Un día en la esquina de Suipacha y Diagonal, en una todas las esquinas de Buenos Aires. Los edificios parecen mirar curiosos desde su altura. El viejo sol de los querandíes y los españoles, baña hoy de luz la ciudad acaso recordando cuando la vio barro y pajonal.

Miles pasan, nadie se detiene, caminando apurado o mirando desde un taxi nadie se detiene. Sin embargo alguien está parado y lee tal vez una carta o su destino ¿quién puede saberlo? También está aquél que camina preocupado, quizá hacia un final inexorable.

Hierve la ciudad en su transitar: autos que no cesan, peatones deambulando con sus preocupaciones y ruinas personales a cuestas.

Un muchacho espera para cruzar con una Ñ bajo el brazo para leer lejos del estrépito.

Jinetes de hoy, los motoqueros fabrican ruido y humo, se entrelazan al pasar como en una danza, dibujan curvas sobre el asfalto. También un ciclista se arriesga entre las máquinas indiferentes. En un balcón un hombre, como colgado del tiempo, dibuja su soledad aplastando el celular contra el oído.

Ya es de noche y no cesa el hormigueo.

Relucen los faros. Florecen las prostitutas. Bolsa negra de basura en la cabeza, resignado, un hombre transporta su única salida laboral. Es uno de nosotros pero la ciudad lo ignora.

Un trabajo atrasado prende una luz en una ventana.

Hay un hombre parado, esperando con zapatos de oficinista ¿dónde querrá ir? No lo sabremos-hay miles de destinos o tal vez uno solo.

Un portafolio cuelga de otro hombre que camina en la noche su cansancio.

Osvaldo Pagano enero 2010

sábado, 26 de diciembre de 2009

LLUEVE EN EL PARQUE

Llueve en el parque;

es verano,

la hierba se vuelve más verde

el aire trae aroma a pasto mojado

y en mi viejo corazón

reverdece una ilusión

mientras un tenue perfume ya olvidado

traslada el pensamiento

a un tiempo que ya ha sido,

a un tiempo que se ha ido.

Osvaldo Pagano 13/01/09