sábado, 24 de julio de 2010

DESPERTANDO A UNA REALIDAD


(Inspirado en un texto de Marguerite Duras)

No estoy durmiendo y sin embargo de pronto despierto a una realidad que no reconozco. No sé qué hago en ese enorme edificio vacío. Pero hay algo que imperiosamente necesito hacer y es correr. Corro y corro a través de grises pisos desocupados, que me tragan como gargantas enormes, pero yo les escapo, subo escaleras sin fin. Llego por último a la gran terraza, desolada, siento una extraña excitación. Me recibe un cielo plomizo pero amigable, como invitándome a quebrar esa barrera entre esta vida y la otra. Salto una baranda. Llego al borde del edificio, me detengo y miro hacia abajo. Allí, en un pozo profundo, lejos, está el suelo, como invitándome a saltar. Allí, esperándome, está el vacío, enorme, que me inunda, me envuelve. Como un aire caliente que sube y me rodea. Tiene un poder infinito que me aplasta. Un monstruo que parece absorberme. Me inclino. Me siento parte de ese vacío. Como un mareo me domina la sensación de estar dejando de ser un ser vivo y fundirme con ese oquedal siniestro. Manos y pies los siento insensibles. El vértigo es insoportable. La muerte me sonríe, es una sensación dulce, creo que me voy a entregar. De pronto en mi cabeza vuelve a dominarme el pensamiento. Como un golpe, aparece el miedo. Otra vez despierto a una realidad distinta, la de ayer, la de hoy. Alguien atrás de mí me grita y me tiende una mano. Retrocedo. Me aferro a esa mano. Vuelvo a ser un ser vivo como antes. El monstruo retrocede. Más tarde y en un piso inferior, desde la seguridad de una ventana, vuelvo a contemplar aquel vacío y la muerte que flota en él. La ventana tiene barrotes. Ahora el espacio me parece una bestia enjaulada que me mira indiferente. Tengo la sensación de haber vivido años en un instante. Respiro hondo y me amarro a la vida de este lado.

Osvaldo Pagano julio 2010

domingo, 17 de enero de 2010

LA ESCALERA

LA ESCALERA


1. (Por Osvaldo) Inmediatamente sus sentimientos dieron un brusco viraje. Una voz al final de la escalera la detuvo como un disparo. Debajo del vestido rojo hubo un temblor de miedo y el aletear de una ilusión. La incertidumbre congeló su mirada. Venía a despedirse de la casa donde había vivido aquel amor, en un impulso sin sentido que no pudo dominar y que se reprochaba desde el momento en que entró. Quería ver por última vez aquellas paredes, el lecho, la ventana. Respirar ese aire otra vez. Se habían despedido casi sin hablarse. Lo suponía lejos, lejos en cuerpo y en pensamiento. Ella también había comenzado a cultivar un olvido resignado. Tan intensos habían sido los sentimientos, crecidos al amparo de ese tiempo tan vital que todo lo demás, todo lo anterior, estaba sumergido en una neblina espesa y amorfa de no existencia. Y ahora, escuchar esa voz cambiaba todo. Dudó de que fuera real. De que los sentimientos agolpados a punto de estallar la engañaran. Quizá eran sus palabras reverberando en la casa, atrapadas formando promesas en lo íntimo de las paredes. Palabras que la esperaban para cobrar vida otra vez para ella. Sus ojos estaban fijos en esa puerta cerrada, arriba, tras el descanso. Sus manos, aferradas a la balaustrada. Poco a poco se animó a subir los últimos escalones. Y sus dedos se estiraron hacia el picaporte.

2. (Por Celia) Ella gira el picaporte, y la puerta se abre. No hay nadie dentro, sin embargo, la voz de él suena, se oye clara, nítida, habla... Es su voz, inconfundible, y ella busca de dónde puede provenir hasta que encuentra una grabadora. De ahí sale la voz pero ella no puede entender qué dice porque habla en una lengua extraña: podría ser que la grabación sonase del revés o podría ser un idioma que ella no consigue identificar…Entre el asombro y el miedo se da cuenta de que ahora la voz de él también se escucha abajo, por todas partes, como si brotase de las paredes y del piso, como si toda la casa se hubiese transformado en una enorme caja de resonancia. Pero sigue sin poder entender sus palabras...

3. (Por Osvaldo) Las viejas voces se agolpan en su oído, la envuelven, resuenan cada vez más fuerte. Siente el olor de la angustia en el aire, y en el cuerpo la urgencia de salir huyendo. Quiere correr, bajar esa escalera y salir pero está paralizada. Abajo, de pie en medio de la sala, hay alguien. Tiene que ser él, aunque no alcanza a distinguir sus facciones. ¿Cómo puede ser posible? se pregunta. Ella grita aquel nombre, pero la figura se encamina hacia la puerta de calle. Es su silueta, su forma de andar, no hay duda…La casa se estremece. Algo que no es ella la impulsa a bajar de prisa, a cruzar el salón, a salir. Afuera no hay nadie ni nada. Sólo los árboles que parecen acecharla desde las sombras del atardecer. Al girar, ve cómo sin estrépito alguno, la casa se derrumba y desaparece. En su lugar ahora hay un jardín resguardado por una verja pintada de verde. No hay rastros de ningún derrumbe, sólo tranquilidad y paz.

Mira sus manos. Las mismas que se aferraron en la escalera, frescas y hermosas, ahora son manos marchitas, nudosas, ajadas por los años. “- Era aquí, ¿verdad? - pregunta alguien detrás suyo, impulsando la silla de ruedas - La casa no está más…” Ella no contesta y sonríe, mientras piensa “Él dijo que volvería a escuchar su voz algún día, antes de partir, no importa dónde estuviera, y cumplió”

UNA ESQUINA DE BUENOS AIRES

(Basado en el corto “Ataque de Esquinas” por Martín Turnes www.martinturnes.com.ar

Ver el video en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1192003.)

HISTORIA DE UN DÍA EN UNA ESQUINA DE

BUENOS AIRES

(modificado enero 2010)

Un día en la esquina de Suipacha y Diagonal, en una todas las esquinas de Buenos Aires. Los edificios parecen mirar curiosos desde su altura. El viejo sol de los querandíes y los españoles, baña hoy de luz la ciudad acaso recordando cuando la vio barro y pajonal.

Miles pasan, nadie se detiene, caminando apurado o mirando desde un taxi nadie se detiene. Sin embargo alguien está parado y lee tal vez una carta o su destino ¿quién puede saberlo? También está aquél que camina preocupado, quizá hacia un final inexorable.

Hierve la ciudad en su transitar: autos que no cesan, peatones deambulando con sus preocupaciones y ruinas personales a cuestas.

Un muchacho espera para cruzar con una Ñ bajo el brazo para leer lejos del estrépito.

Jinetes de hoy, los motoqueros fabrican ruido y humo, se entrelazan al pasar como en una danza, dibujan curvas sobre el asfalto. También un ciclista se arriesga entre las máquinas indiferentes. En un balcón un hombre, como colgado del tiempo, dibuja su soledad aplastando el celular contra el oído.

Ya es de noche y no cesa el hormigueo.

Relucen los faros. Florecen las prostitutas. Bolsa negra de basura en la cabeza, resignado, un hombre transporta su única salida laboral. Es uno de nosotros pero la ciudad lo ignora.

Un trabajo atrasado prende una luz en una ventana.

Hay un hombre parado, esperando con zapatos de oficinista ¿dónde querrá ir? No lo sabremos-hay miles de destinos o tal vez uno solo.

Un portafolio cuelga de otro hombre que camina en la noche su cansancio.

Osvaldo Pagano enero 2010