domingo, 17 de enero de 2010

LA ESCALERA

LA ESCALERA


1. (Por Osvaldo) Inmediatamente sus sentimientos dieron un brusco viraje. Una voz al final de la escalera la detuvo como un disparo. Debajo del vestido rojo hubo un temblor de miedo y el aletear de una ilusión. La incertidumbre congeló su mirada. Venía a despedirse de la casa donde había vivido aquel amor, en un impulso sin sentido que no pudo dominar y que se reprochaba desde el momento en que entró. Quería ver por última vez aquellas paredes, el lecho, la ventana. Respirar ese aire otra vez. Se habían despedido casi sin hablarse. Lo suponía lejos, lejos en cuerpo y en pensamiento. Ella también había comenzado a cultivar un olvido resignado. Tan intensos habían sido los sentimientos, crecidos al amparo de ese tiempo tan vital que todo lo demás, todo lo anterior, estaba sumergido en una neblina espesa y amorfa de no existencia. Y ahora, escuchar esa voz cambiaba todo. Dudó de que fuera real. De que los sentimientos agolpados a punto de estallar la engañaran. Quizá eran sus palabras reverberando en la casa, atrapadas formando promesas en lo íntimo de las paredes. Palabras que la esperaban para cobrar vida otra vez para ella. Sus ojos estaban fijos en esa puerta cerrada, arriba, tras el descanso. Sus manos, aferradas a la balaustrada. Poco a poco se animó a subir los últimos escalones. Y sus dedos se estiraron hacia el picaporte.

2. (Por Celia) Ella gira el picaporte, y la puerta se abre. No hay nadie dentro, sin embargo, la voz de él suena, se oye clara, nítida, habla... Es su voz, inconfundible, y ella busca de dónde puede provenir hasta que encuentra una grabadora. De ahí sale la voz pero ella no puede entender qué dice porque habla en una lengua extraña: podría ser que la grabación sonase del revés o podría ser un idioma que ella no consigue identificar…Entre el asombro y el miedo se da cuenta de que ahora la voz de él también se escucha abajo, por todas partes, como si brotase de las paredes y del piso, como si toda la casa se hubiese transformado en una enorme caja de resonancia. Pero sigue sin poder entender sus palabras...

3. (Por Osvaldo) Las viejas voces se agolpan en su oído, la envuelven, resuenan cada vez más fuerte. Siente el olor de la angustia en el aire, y en el cuerpo la urgencia de salir huyendo. Quiere correr, bajar esa escalera y salir pero está paralizada. Abajo, de pie en medio de la sala, hay alguien. Tiene que ser él, aunque no alcanza a distinguir sus facciones. ¿Cómo puede ser posible? se pregunta. Ella grita aquel nombre, pero la figura se encamina hacia la puerta de calle. Es su silueta, su forma de andar, no hay duda…La casa se estremece. Algo que no es ella la impulsa a bajar de prisa, a cruzar el salón, a salir. Afuera no hay nadie ni nada. Sólo los árboles que parecen acecharla desde las sombras del atardecer. Al girar, ve cómo sin estrépito alguno, la casa se derrumba y desaparece. En su lugar ahora hay un jardín resguardado por una verja pintada de verde. No hay rastros de ningún derrumbe, sólo tranquilidad y paz.

Mira sus manos. Las mismas que se aferraron en la escalera, frescas y hermosas, ahora son manos marchitas, nudosas, ajadas por los años. “- Era aquí, ¿verdad? - pregunta alguien detrás suyo, impulsando la silla de ruedas - La casa no está más…” Ella no contesta y sonríe, mientras piensa “Él dijo que volvería a escuchar su voz algún día, antes de partir, no importa dónde estuviera, y cumplió”

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